Que el mundo está cambiando todos los días y a pasos agigantados, lo sabemos todos. Cuarón lo sabe y Netflix también
Poco queda por decir a propósito de Roma que no se haya dicho ya. La última cinta del realizador mexicano Alfonso Cuarón aterrizó en las cuarenta y tantas salas cinematográficas de este país bajo el cobijo de los cientos de premios cosechados. Ahora, en vez de ser el destino al que llegan todos los caminos, Roma se convierte en el punto de partida para abordar un tema urgente: me refiero a las dinámicas de producción y exhibición que imperan en el mundo del cine y a su adaptación/inadaptación al mundo de las nuevas tecnologías.
Analizar el porqué un realizador de las grandes ligas como Alfonso Cuarón se ve enfrentado a temas “comunes y corrientes” que supondríamos solo lo viven los debutantes –como preocuparse por el dónde van a proyectar su película– es un tema complejo, que se explica con los cambios que ha experimentado el sistema de exhibición de cine.
Que el mundo está cambiando todos los días y a pasos agigantados, lo sabemos todos. Cuarón lo sabe y Netflix también, quizá por eso cambiaron hace años su modelo de negocio originalmente orientado para ser una plataforma de exhibición online para pasar a ser casa productora y distribuidora absoluta de sus contenidos originales.
Los ejecutivos de Netflix, tienen la $abiduría necesaria para permitir que un producto como Roma, se estrene previamente en algunas salas de cine y no directamente en su plataforma. Este no es un acto caritativo ni un regalo de Navidad. Tanto a Alfonso Cuarón como a Netflix les conviene mantener este esquema de exhibición para poder competir por premios y participar en festivales; si Roma estrenó en Venecia y no en Cannes, reconocido por ser el festival número uno del cine, fue porque se negaron a permitir en la competencia películas producidas tanto por Netflix como por Amazon. Su estreno en salas es para permitirle competir por otros premios que también tienen como atadura el haber tenido una tirada comercial en salas.
Las salas de cine están para quedarse. Si la afluencia de espectadores va en descenso se debe, en parte, a las múltiples opciones existentes de hoy día, que no tenían los espectadores de hace diez años. Además de que tampoco han sabido tener la flexibilidad suficiente para amoldarse a un ambiente enfocado a las nuevas tecnologías. El duopolio Cinépolis-Cinemex, sigue aferrado en creer que son los únicos y que todo debe de hacerse como ellos mandan, y en tener mayor variedad de palomitas que diversidad en su cartelera. El hecho de que no hayan querido abrirse a las condiciones de exhibición impuestas por Netflix se ha convertido en algo bueno para los micro empresarios de salas alternativas y culturales, y para los espectadores que ávidos de ver esta película en formato de sala, han migrado a estos sitios, en muchos casos por primera vez.
Los espectadores -por lo menos algunos- han decidido cambiar el ritual de ir al cine por la comodidad e inmediatez de ver películas desde su sofá en sus smartphones. La gente va demandando cada vez más contenidos y más diversos, Netflix produce desde películas domingueras hasta obras de arte como Roma, diversidad que ha demostrado funcionar, y que ninguna otra casa productora ha alcanzado.
Me encantaría saber qué le deparan al cine los próximos diez años. Future is unkown, pero a veces eso se convierte en un aliado nuestro. Sólo estoy segura de dos cosas: las salas de cine existirán para largo rato, y Cuarón se lleva el Óscar.
Fotografías de Susana Colin Moya