Nuestros sistemas penitenciarios se están quedando atrás, y el delito no para de tomar ventaja de dicho retraso

Hemos comprado la idea de que este mundo funciona gracias a leyes y castigos. Nos dividimos entre aquellos que tienen el poder de dictarlas y aquellos castigados por fallar en cumplirlas o en probar su inocencia.

La tortura, la esclavitud y la guillotina resultaron prácticas y aceptables durante largo tiempo. No fue sino hasta la introducción de los derechos humanos cuando hubo que modificar dichas prácticas e inventar algo políticamente correcto: la prisión.

Probablemente nuestros creadores de leyes no pensaron que pronto éstas se convertirían en escuelas de delitos, cunas de pandillas y hasta en oportunidad de negocio para algunos visionarios. En un mundo donde poco se teme a la autoridad y la sociedad está de acuerdo con la legalización de productos que llevan a muchos a prisión, ¿ésta sigue siendo una opción eficiente?

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Ser un reo en Noruega puede ser el sueño de muchos, no solo de delincuentes. Algunas de las prisiones en ese país tienen tantas comodidades que resulta difícil de creer que alguien esté cumpliendo una sentencia ahí. Cuentan con alcobas amplias y limpias, los presos se mantienen ocupados de 8 a.m. a 8 p.m. en actividades laborales como: cocina, cuidados de la granja, el ferry (algunas se ubican en islas), agricultura, etcétera. Y en sus tiempos libres estudian, practican deporte e incluso ven televisión.

Para llegar a esta prisión de lujo, hay que pasar por cárceles más duras, pero nada repudiable considerando que la condena máxima en Noruega es de 22 años, y que el foco está siempre puesto en rehabilitar a los reos y reinsertarlos en la sociedad. La tasa de reincidencia en el país es de las más bajas del mundo con tan solo 22%.

Replicar el sistema penitenciario de Noruega a nivel mundial sería una opción si tan solo fuera realista ─y viable─ pensar que todos los gobiernos están listos para invertir en un cambio de tal magnitud o antes tener la voluntad de paliar los problemas de raíz a los que se enfrentan.

Del lado contrario se encuentra Estados Unidos, siendo el país con el mayor número de población encarcelada, 2 millones aproximadamente o 698 personas por cada 100,000 habitantes.

Este número no siempre estuvo así, aumentó en la década de los 80 cuando el gobierno estadounidense comenzó con la política de tolerancia cero a las drogas; como parte de la estrategia se aprobaron leyes que aumentaron el tiempo de condena para los delitos relacionados con el consumo y tráfico de estupefacientes y, con ello, surgió un negocio bastante lucrativo: las cárceles privadas. Estas empresas mueven hasta 2.900 millones de dólares al año e incluso cotizan en la bolsa. Sobra decir que reducir el número de reos en Estados Unidos no es opción para dicho giro.

Para poner en contexto el impacto de lo anterior, el número de personas encarceladas en prisiones privadas aumentó 945% de 1999 a 2014, versus el 10% en prisiones en general para el mismo periodo. A pesar de que las leyes estadounidenses se han modificado en lo que a drogas se refiere, las nuevas reformas migratorias también han contribuido a que dichas cárceles sean cada vez más lucrativas.

Si estas prisiones se enfocaran en la reinserción del preso a la sociedad, este porcentaje cambiaría, pero el negocio implica cantidad. Y el foco estadounidense ha sido endurecer las sentencias, pero esto no resulta la mejor opción. Según el INEGI, existen evidencias de que, a medida que los gobiernos imponen mecanismos de control más agresivos, aumentan los indicadores de arbitrariedad, delito y violencia institucional y, por ende, no disminuyen los niveles de inseguridad.

 

Esto también se debe a que los sistemas penitenciarios siguen enfocados en hacer de la cárcel un lugar temible para los delincuentes, pero ¿qué sucede cuando éstas, a pesar de las condiciones precarias, se vuelven atractivas para el reclutamiento de pandilleros e incluso refugios para aquellos que saben que hay alguien esperando asesinarlos apenas cumplan su condena? ¿Cómo reinsertar a las personas en la sociedad si conseguir empleo puede ser tan difícil como lograr la normalidad ciudadana de alguien que, en ocasiones, pierde su derecho a votar?

En México, la insuficiencia de personal y la sobrepoblación carcelaria hace del autogobierno por parte de los internos un empleo difícil de rechazar. ¿Cómo se espera así disminuir la reincidencia que llegó a 634% tan solo de 2007 a 2014?

El gobierno de Noruega tomó la batuta en su sistema penitenciario y se adueñó del problema para arreglarlo a su modo. Pero cuando los gobiernos se unen al problema lucrando con el sistema (como en el caso de Estados Unidos) o ignorando por completo las necesidades de las prisiones, como en el caso de México, se alcanza la obsolescencia del sistema penitenciario. No solo falla en su objetivo de luchar contra el delito, sino que lo alimenta. ¿Qué será más difícil, paliar los problemas uno por uno aspirando a normalizar la situación carcelaria, mínimo al punto de erradicar la sobrepoblación y garantizar un trato digno al preso? ¿O habrá llegado el momento de reconsiderar la prisión –en sí misma─ como castigo infalible de quien incumple la ley?

No se propone con esto regresar a castigos medievales, sino revisar y adoptar casos exitosos de gobiernos que se han atrevido a desafiar el cliché de prisión temible y reemplazarlo por la técnica de reinserción que mejor convenga a cada nación.  Nuestros sistemas penitenciarios se están quedando atrás, y el delito no para de tomar ventaja de dicho retraso. La solución difícilmente se encuentra en un modelo que ya expiró.

Imágenes

  1. Por Bob Jagendorf [CC BY 2.0 (https://creativecommons.org/licenses/by/2.0)], via Wikimedia Commons
  2. Por Rainerzufall1234 [CC BY-SA 4.0 (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0)], from Wikimedia Commons