Escuché alguna vez una leyenda urbana que decía que un día estaban el Chivo Lubezki y Cuarón en el foro durante sus épocas de estudiantes en el CUEC, barriendo el piso; cuando alguien los vio les preguntó qué estaban haciendo, y ellos respondieron: “estamos haciendo cine”.
Cuando escucho la palabra migración, no sé por qué, pero siempre pienso en las aves. Pienso en mariposas monarcas, en cualquier ave/insecto que pueda volar; que no se está nunca quieto, que no quiera, que no pueda.
Hace un par de semanas, se hizo viral la noticia del último premio obtenido por Guillermo del Toro, el León de Oro a la mejor película en el festival de cine de Venecia (donde un año antes el compatriota había sido galardonado como mejor director por La región salvaje).
La noticia del premio me emocionó, como a todos los mexicanos. Me emocioné sobremanera porque el suceso me hizo recordar cuando era niña. Cierto día recorté una imagen de una revista de sociales en la que aparecía la foto de los “tres amigos”: Guillermo del Toro estaba en primer plano recibiendo un premio, el Ariel, supongo; en segundo plano estaban Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu, ambos se veían contentos, como si fuera a ellos, y no a su amigo, a quienes les estuvieran dando el premio, no sé. Al fondo de la imagen, fuera de foco casi como una silueta se alcanzaba a percibir perfectamente el perfil de Pedro Almendáriz Jr.
Dicen que una foto dice más que mil palabras. Cuando veo este viejo y gastado recorte de periódico pienso en todas las cosas que alberga, en todo lo que dice, pero sobre todo, en lo que no dice, en los sueños del cine y en las realidades encontradas.
2006 (cuesta creer que fue hace más de diez años) fue un parteaguas para el cine mexicano. El contar con tres directores con tres propuestas tan distintas entre sí en uno de los premios de cine más importantes a nivel global e industria, los Oscars, significó, desde mi punto de vista, la apertura de nuevas puertas, no sólo para estos tres personajes, sino para realizadores nacionales en festivales de cine internacionales.
Cuarón, del Toro e Iñárritu son mexicanos, sin lugar a dudas, pero lo cuestionable aquí es si sus películas pueden considerarse películas mexicanas. ¿Tenemos el derecho de sentir como propios sus logros, cuando lo hacen todo fuera del país y con capital extranjero?
Estos tres realizadores tienen más cosas en común de las que podríamos suponer. Iñárritu, que estudió comunicación y se inició profesionalmente en el mundo de la radio, filmó su ópera prima, Amores Perros, en los albores del nuevo siglo; y fue tanto su éxito a nivel internacional, que de ópera-primista pasó a trabajar en su siguiente proyecto, 21 gramos, con actores nivel estrellas luminosas bajadas del mismímiso Hollywood. Sus siguientes películas fueron todas coproducciones entre México y otros países.
Escuché alguna vez una leyenda urbana que decía que un día estaban el Chivo Lubezki y Cuarón en el foro, durante sus épocas de estudiantes en el CUEC (Centro Universitario de Estudios Cinematográficos) de la UNAM, barriendo el piso; cuando alguien los vio les preguntó qué estaban haciendo, y ellos respondieron: “estamos haciendo cine”. Cuarón tuvo la misma suerte que su amigo en el sentido en que, justo después de su debut en la industria cinematográfica (desde ya al lado de su inseparable Chivo), lo llamaron para dirigir producciones en el extranjero, La Princesita y Grandes Esperanzas. Volvió a México a dirigir Y tu Mamá También, y se fue de nuevo al extranjero. Después de sus múltiples galardones, regresó recientemente a nuestro país a filmar Roma, quizá su película más personal hasta la fecha, inspirada en sus vivencias durante los años setentas en el D.F.
Guillermo del Toro hizo su primera película, Cronos, empeñando todo lo que pudo empeñar. Su esposa Lorenza ayudó en el departamento de arte. Después de críticas muy de-constructivas en la que se menospreciaba su trabajo; cruzó el charquito y realizó Mimic, una producción estadounidense; le siguió El Espinazo del Diablo, una coproducción entre España y México. Se fue definitivamente de su natal Guadalajara cuando secuestraron a su padre.
Estos tres cineastas viven en el extranjero y han realizado la mayoría de su obra fuera del país. Esta última frase no es una acusación, ni mucho menos; es simplemente la realidad que viven miles de personas, ya se dediquen al arte o a cualquier otro oficio; que tienen que volar lejos de casa para poder perseguir sus sueños; o, como me decía mi mamá cuando niña: el que es perico donde quiera es verde. Desconozco más allá de estas líneas si hubo otras razones que llevaran a estos cineastas al auto-exilio. ¿El éxito? ¿La falta de oportunidades en nuestro país? No lo sé, meras elucubraciones nomás que nunca llegarán a buen puerto. ¿Tenía razón Cuarón cuando al barrer dijo que estaba “haciendo cine”? Yo creo que sí. La verdad es que ni siquiera creo que algún día sepa si esa anécdota ocurrió en realidad, pero ni falta que hace: en el arte, donde la mentira se vuelve verdad, todo es posible.