El bailarín tiene que ser perfecto, no a beneficio propio, sino a beneficio de todo su equipo
Gracias a viejos prejuicios, que en los últimos años se han visto reforzados por las ideas transmitidas por ciertos materiales como la película El cisne negro -del director estadounidense Darren Aronofsky; la figura del bailarín, en nuestro país, es concebida por las personas ajenas al ámbito, como la de un individuo cuya vida está inmersa en problemáticas tales como la inmadurez, la obsesión, la homosexualidad, el narcisismo, y los desórdenes mentales y alimenticios.
Respecto al mundo del ballet, por lo menos, mentiríamos si afirmáramos que ninguna bailarina se ha sentido atraída por una compañera, o si negáramos que una buena cantidad de los hombres que uno conoce en clase -no necesariamente todos, y no necesariamente la mayoría- son homosexuales. No hay que intentar ocultar el hecho de que, si bien, la homosexualidad no es en sí misma un problema, en una sociedad aún retrógrada como la nuestra, es frecuentemente problemática para quienes la enfrentan
En cuanto al tema de la inmadurez, tampoco podemos negar que, principalmente gracias al fenómeno bastante común y lamentable de que mujeres que aspiraban a ser bailarinas y vieron esos sueños frustrados, obligan a sus hijas a estudiar ballet para alcanzar lo que ellas no lograron; existe un número considerable de casos de bailarinas cuyas rutinas y decisiones parecen estar siempre sujetas a los deseos de sus madres. Pero claramente – no debería ser necesario decirlo, porque el espectador debería estar consciente del alto grado de ficción que hay en el cine, y debería ser capaz de reconocer cuando un personaje representa a un individuo excepcional, o muestra de manera exagerada características que pueden encontrarse en cierto sector de la población real- no en cada academia, y ni siquiera en cada ciudad, se puede encontrar a una bailarina cuyo grado de dependencia se compare con el del personaje de Nina Sayers (Natalie Portman).
Se debe reconocer que, gracias a los altos niveles de exigencia que muchas compañías de ballet manejan respecto a las cualidades físicas de sus bailarines, entre ellas el peso de éstos, ha existido la tendencia a caer en problemas como la anorexia y la bulimia, en la peligrosa búsqueda por alcanzar un peso muy bajo. Cabe mencionar que, en los últimos años, muchas compañías y academias han dejado de hacer énfasis en que la complexión de los bailarines debe ser extremadamente delgada, con el fin del erradicar esta problemática que, si bien aún existe, ha disminuido significativamente. Sin embargo, nuevamente, hay que señalar que ser bailarín no necesariamente significa tener trastornos alimenticios o vivir obsesionado con el peso y la talla.
Los desórdenes mentales, a los que cualquier persona obsesiva y con malos hábitos alimenticios y de sueño se arriesga, son, a diferencia de los otros rasgos del personaje de Nina, que están construidos a partir de situaciones que ciertamente rondan la vida de algunos bailarines -no de todos, y no de la mayoría-; más un producto de la creatividad de Darren Aronofsky para el diseño de su personaje, que la exageración de un rasgo frecuente en la personalidad de las bailarinas.
Ahora bien, la obsesión con la propia imagen y técnica; el narcisismo y la vanidad del bailarín que pasa horas frente al espejo mirando sus poses, las líneas de sus extremidades, el arco de sus pies; el egoísmo que le hace ansiar la atención de su profesor, y querer que sólo lo corrija y le ayude a mejorar a él, cuando hay otros veinte bailarines en el salón; entre otros rasgos, que parecerían ser manifestaciones de un profundo individualismo, son, en realidad, parte de una dinámica interesante cuando se trata de danza.
Pensemos en el exquisito pas de quatre de El lago de los cisnes, en el que la impresionante simultaneidad de los movimientos de los cuatro cisnes nos provoca la ilusión de estar frente a la misma bailarina de tutú blanco, repitiéndose cuatro veces frente a nuestros ojos, como gracias a algún juego de espejos.
O, para no limitarnos a hablar de ballet clásico, podemos mencionar la -actualmente popular en Internet- danza folclórica rusa Beriozka, en la que las decenas de bailarinas que parecen flotar a un par de centímetros del piso, se desplazan exactamente a la misma velocidad y con el mismo porte, de manera que ninguna de ellas llama más la atención que las otras. O las famosas formaciones en la danza tradicional irlandesa, en las que vemos a un buen número de bailarines saltando y moviendo las piernas con una coordinación y precisión tales que parecen ser, no una multiplicidad de individuos, sino pequeñas partes de un solo ente que baila. En los tres casos, nadie destaca, nadie hace algo distinto, nadie falla. Cada bailarín sabe y hace exactamente lo que tiene que hacer, que es, no otra cosa, sino la misma que todos los demás tienen que hacer
¿Qué pasaría si uno de los cuatro cisnes diera un paso extra en el pas de bourrée, o se tardara un segundo más en un relevé? ¿O si una beriozka se desplazara a mayor velocidad que las demás? ¿O si un bailarín, en la danza irlandesa, se atrasara en un salto, y su cuerpo apenas se elevara, mientras los demás ya están cayendo? El error de coordinación de un bailarín arruina todo el número, y con ello, el trabajo de todos sus compañeros, aun si ellos hicieron su trabajo a la perfección.
El bailarín tiene que ser perfecto, no a beneficio propio, sino a beneficio de todo su equipo. Las horas de entrenamiento, la continua supervisión de la propia técnica frente al espejo, la permanente competencia que empuja a los bailarines a no quedarse atrás de sus compañeros en cuanto a flexibilidad, condición, musicalidad y técnica, el interés porque sus profesores le pongan atención y puedan detectar y corregir cuando hace algo mal, no contribuyen únicamente al desarrollo del ego y el nivel del bailarín. Esté él consciente o no, la justificación de su narcisismo radica en algo que es más grande que su propia imagen: la de su equipo.
Un bailarín que ejecuta su papel a la perfección, pone en alto no sólo su nombre, sino también el de sus compañeros, sus maestros y sus coreógrafos, incluso el del compositor, y los diseñadores de vestuario y escenografía, cuyas piezas pueden ser mejor apreciadas cuando se acompañan de una bella ejecución. La danza es siempre un trabajo colectivo.
Fotografía 1: Por Alexander Kenney / Kungliga Operan [CC BY 3.0 (https://creativecommons.org/licenses/by/3.0)], via Wikimedia Commons