Buscamos independencia pero de igual forma interactuar y vincularnos con los y las demás

 

Neuronas, razonamiento, cognición, grupos, pensamiento… los seres humanos somos susceptibles de encajar en cualquiera de las palabras anteriores – por fortuna o por desgracia.

Ha sido y seguirá siendo desafiante para disciplinas diversas, entre ellas la Psicología, acercarse a vislumbrar con mayor claridad las sutiles fronteras entre la individualidad y lo colectivo, si es que las hubiera. No es noticia que la constante y vertiginosa serie de cambios que asedian y también que consuelan a este mundo son acompañadas de historias, de relatos, de voces. Voces que, desde lo individual, apelan a resonar a nivel grupal a partir de experiencias y reflexiones personales.

Implica, pues, una importante responsabilidad el poder de compartir una visión, una opinión o una ideología ante nuestros pares, sea en el contexto que sea. Pertenecemos inobjetablemente a una sociedad que evoluciona –¿o involuciona?- e influimos sin duda alguna en la perspectiva del mundo de quienes comparten con nosotros la vida, a veces en nuestro espacio y siempre en nuestro tiempo. Es un gran poder implícito que todos tenemos pero que no todos conocemos.

Pero, ¿cuándo actuamos por nosotros mismos y cuándo lo hacemos por inercia y por seguir al resto? ¿Cuándo se vulnera nuestra individualidad y criterio? Hablando de ello, hace más de cincuenta años un psicólogo social de apellido Milgram estudió la manera en que los participantes de su experimento eran capaces de seguir instrucciones del investigador, aplicando descargas eléctricas –falsas- a una persona que estaba del otro lado de la puerta del laboratorio.

Grande fue su sorpresa al notar que, aunque la intensidad de la descarga aumentaba gradualmente y los ejecutores mostraban señales de incomodidad, nunca dejaron de seguir la indicación de aplicarlas porque así se los pedía quien estaba a cargo. Su sentido común, empatía y criterio estaban, si no extintos, sí bloqueados por la peligrosa obediencia ciega. Fueron capaces de cometer un acto cuasi atroz para no oponerse a su superior. ¿Acaso le vino a la mente, estimado lector, la palabra “milicia”?

Tenemos sobre la mesa dos caras de una misma moneda: buscamos independencia pero de igual forma interactuar y vincularnos con los y las demás; nos hartamos de estar con las mismas personas, pero después de un breve lapso de soledad, la nostalgia aparece y decimos extrañar a aquellos que a veces no nos soportan ni tampoco soportamos. Hablamos del bien común porque está de moda ser políticamente correcto y porque sería un balazo en el pie admitir que a veces no nos importa nadie más que nosotros y nuestra comodidad.

Vivimos en un mundo donde pareciera que las opciones a elegir para interactuar son o la hipocresía o el cinismo, pero muchas veces no notamos que al tener tantas diferencias tenemos también muchos puntos en común. Aún quedan aquellos con sensibilidad, quienes dan su apoyo ante dificultades, los que piden ayuda y quienes la brindan sin condiciones, los que desarrollan empatía por sus prójimos y gente dispuesta a conciliar, hablar, protestar o gritar por causas justas a pesar de otras voces intolerantes –llenas de miedo y obediencia- que quieren silenciarlos. Dedico a ellos este texto.