La sociedad evoluciona, y la arquitectura no parece estar lista para responderle.

La arquitectura es una disciplina en la que mucho tiene que ver el proceso del autor. Es fundamental transitar un camino introspectivo en el que el arquitecto proyecta, de acuerdo a su propia interpretación de la solución de un proyecto, y en ese proceso le imprime sus gustos, sus deseos y su punto de vista respecto a la profesión. La relación entre el arquitecto y su edificio es personal, y a veces llega a lo íntimo, pero no es el único lazo en juego. La arquitectura es en primera instancia un servicio a la sociedad, cuya premisa fundamental es brindar hábitat al ser humano para protegerlo de su entorno, y si vamos más lejos, es una disciplina que permite que el hombre se apropie de ese entorno transformado, moviéndose en una nueva esfera espacial que de alguna manera está “lista” para ser habitada por él. La historia de la arquitectura también nos muestra que la disciplina evoluciona en conjunto con su sociedad, y con las aportaciones científicas y culturales que de alguna forma repercuten en su hacer, y marcan cambios sustanciales, cuya presencia más obvia tiene que ver con aspectos físicos, como su materialidad, forma o procesos constructivos. En una esfera más cotidiana, el hombre (cliente) suele ser quien aterriza al arquitecto, quien define los recursos y tiempos, y por quien finalmente se logra materializar una idea de génesis inestable.

El hombre, ya sea visto como cliente, usuario ideal, o como sociedad, es la poderosa razón por la cual la arquitectura es uno de los oficios más antiguos, porque la necesidad humana de habitar es tan milenaria como la presencia del hombre en el planeta. Sería difícil sustentar la práctica si no lleva una dirección antropológica, y podríamos pensar que sin este destinatario, la arquitectura comenzaría a acercarse al camino de la escultura, pero esa discusión no nos compete por ahora. Señalo la importancia del hombre y la sociedad para la arquitectura, porque a pesar de que no es un hacer aislado, parece que hoy en día ha perdido esta conexión, y los resultados de esto son notorios y un tanto preocupantes. En números anteriores tocamos el tema de la importancia del viaje para los procesos de los arquitectos, y a esta discusión sumaría el hecho de que además de los sitios que les servirán como referencia en su producción, el conocer al hombre en otras latitudes, y conocer diferentes formas de organización en sociedad que repercuten en diferentes formas de respuesta espacial, enriquece la capacidad de respuesta del arquitecto con quienes habitarán su obra.

Digo que hemos perdido esta conexión, porque ahora parece ser que la arquitectura se ha vuelto un proceso un tanto autista en que se ha dejado de tener presente al cliente, a la sociedad, y algunas veces al sitio. La esfera que ha tomado cierto control sobre la escena actual es la del autor, y desde este ángulo se abre una seductora brecha de posibilidades para cada edificio. De esta forma, las discusiones sobre cada edificio recaen en sus posibilidades, y no en la forma en que una de ellas puede aterrizarse. Cuando el arquitecto queda solo con su proceso y su obra, la respuesta es muy personal y se vuelve un mérito absoluto del creador. El resultado de esto es que la producción arquitectónica deja de relacionarse con su sitio, su uso, o la sociedad a la que sirve, y pasa a ser una obra en el currículum de alguien. Cuando hablamos de un estadio, un museo, o un auditorio, el primer punto de discusión es el autor, y si éste “es bueno”, o no lo es. En las discusiones sobre arquitectura, analizamos al edificio como objeto aislado, su partida compositiva, su materialidad, su forma, y olvidamos discutir sus cualidades o carencias al servir al hombre. Cuando dejamos de reparar en esto último, la producción arquitectónica evoluciona con carencias, pues deja de acompañar a la sociedad en su línea de desarrollo. Prueba de esto son edificios con grandes cualidades plásticas, pero sin cualidades para el habitar. Los arquitectos han dejado de ser observadores, para ser observados, y esta dinámica dista mucho de una tradición con constante retroalimentación.

Lo preocupante de todo esto es que la sociedad evoluciona, y la arquitectura no parece estar lista para responderle. Hoy encontramos algunas arquitecturas con una aproximación más social, que en su mayoría se emplazan en contextos rurales, y se distinguen porque pretenden tomar en cuenta el sitio, los materiales locales y la tradición vernácula. A mi parecer el resultado de estos ejercicios es un tanto predecible y me deja pensar que quizá el análisis no fue tan hondo como debió. A pesar de lo que yo pudiera pensar respecto a estas aproximaciones sociales, esta intención de incluir en el proceso a más elementos que el autor y su genio creativo, debe ser explorada también en contextos urbanos. Abrir la discusión nos lleva a una arquitectura menos egoísta, más competente, y, me atrevo a decir, mucho más interesante.

Fotografías

1: Museo Soumaya Plaza Carso, por Diego Delso [CC BY-SA 4.0 (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0)], from Wikimedia Commons

2: Cineteca Nacional, por ProtoplasmaKid [CC BY-SA 3.0 (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)], from Wikimedia Commons