Independientemente del motivo, Margaret siempre tuvo una fascinación por los rostros, una motivación natural por fotografiar a las personas, casi siempre en su expresión más personal y melancólica
Hay fotógrafos que dedican gran parte de su trabajo a la elaboración de retratos. Estamos acostumbrados a ver en todas las ciudades lugares destinados exclusivamente a la elaboración de estas fotografías. Las razones son siempre distintas, desde la fotografía de los documentos oficiales, hasta los retratos que son recuerdos de algún acontecimiento importante en nuestra vida. Por lo tanto, no es novedad que actualmente sea una de las actividades más redituables de la fotografía.
Pero no siempre fue así. A mediados del siglo diecinueve la fotografía de retrato no alcanzaba la popularidad y aprobación con la que ahora cuenta. Hasta entonces, poseer una imagen personal era un lujo limitado sólo para los que podían costearse contratar a un pintor que pasara horas tratando de crear una imagen lo más similar a la realidad y a lo que el cliente solicitaba. Era un gusto al que pocos tenían acceso. Este paradigma cambiaria con el descubrimiento de la fotografía, que gradualmente se convirtió en el medio ideal para la elaboración del retrato. En gran parte por su practicidad, además de que ofrecía una imagen exacta de la realidad, algo completamente nuevo en la época.
Julia Margaret Cameron fue una fotógrafa innovadora. Habitante de la Isla de Wight, en Inglaterra, fue una famosa retratista de la aristocracia, su forma de vida así como la de sus clientes, encajaban perfectamente en la sociedad victoriana. En 1863 fue elegida miembro de la Sociedad Fotográfica de Londres y Escocia a los 48 años de edad.
Acostumbrada a la fotografía de estudio y por encargo, admitió sentir con el paso del tiempo cierto tedio por su trabajo. Tener la cámara anclada al suelo con el objetivo puesto en la misma pared donde realizaba las tomas de sus clientes era una rutina a la que no quería adaptarse por completo. Esto suponía una manera de limitar las posibilidades que ella veía en la fotografía. Para evitarlo, frecuentemente salía de su estudio, armada con su cámara, a fotografiar a las personas que se encontraba en la calle.
Desde entonces, en la mayoría de sus fotografías se repite la aparición de mujeres. A veces solas o veces acompañadas por otras mujeres, siempre de diferentes edades y de clases sociales distintas. Ella misma pedía a sus modelos que mantuvieran por mucho tiempo poses sofisticadas, casi escultóricas, que solían ser muy agotadoras pero que dotaban a las imágenes de un dramatismo teatral único. Lo que tenían en común todas sus obras es que, a diferencia del estilo predominante del retrato de la época, buscaba quitarle la solemnidad inhumana a los rostros para brindarles la intimidad y espontaneidad de una obra de teatro. Fue pionera en la búsqueda de la narrativa poética fotográfica.
Independientemente del motivo, Margaret siempre tuvo una fascinación por los rostros, una motivación natural por fotografiar a las personas, casi siempre en su expresión más personal y melancólica. Uno de los retratos más significativos es Mujer en la puerta (1863). Se trata de una enigmática imagen de una joven mujer con suave mirada al infinito. Sin embargo, por la nostalgia de su rostro, es fácil creer que no está posando, es tan natural que parece que no sabe que la cámara existe. Sus ojos están puestos en algo que no vemos, su boca sutilmente entreabierta, como a punto de pronunciar una palabra. La posición de su cuerpo, descansando sobre una baranda de madera un tanto carcomida. Un anillo en su mano izquierda, posiblemente comprometida. Es una imagen aparentemente sencilla pero que al mismo tiempo tiene una gran carga de simbolismo narrativo que podemos interpretar.
Margaret Cameron le brindó al retrato una dimensión hasta entonces desconocida por los demás fotógrafos. Las imágenes ya no se limitaban a ser un calcado inmóvil y poco personal; ahora también los retratos podían tener una gran capacidad emotiva, que es la base para poder contar historias.
Fotografía 1: Mujer en la puerta, 1863
Fotografía 2: Día de mayo, 1866