Hay luchas que buscan la equidad y otras que tratan de impulsar mejoras necesarias. La apertura del devenir político-diplomático a las mujeres es uno de estos últimos casos.
Durante mucho tiempo, la diplomacia –como otras áreas y actividades–, estuvo reservada a los hombres. No obstante, hace aproximadamente 70 años ellas comenzaron a reclamar su espacio y desde aquel momento su desempeño ha marcado de manera sobresaliente la historia del Servicio Exterior Mexicano.
Ahora bien, este hecho no corresponde de manera directa a la continuación lógica de incluir más mujeres en la diplomacia mexicana; por el contrario, pareciera que su inclusión se ha estancado. Son varias las evidencias de ello, no así las acciones para revertirlo y comenzar a cosechar las ventajas de su capacidad demostrada al servicio de la nación.
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De acuerdo con datos del último estudio realizado por la Comisión Nacional de Derechos Humanos sobre la participación de las mujeres en la política exterior de México, en 2015 14 de las 80 embajadas mexicanas estaban encabezadas por mujeres, es decir 17.5%; en el caso de los consulados, 13 de los 67 con los que cuenta México están a cargo de mujeres, o sea 18.4%.
Claramente hay una amplia brecha de género en la Secretaría de Relaciones Exteriores. Pero lo importante no es la representación de la mujer per sé, sino la necesidad de aumentar el número de mujeres que impacten positivamente en la calidad de la diplomacia mexicana y sus logros en el exterior, como lo han hecho todas las que han llegado a esa institución.
No se trata de minimizar el aporte del hombre en el desempeño de la política exterior mexicana, a fin de cuentas ésta ha sido construida en su mayoría por excelentes representantes en todo el mundo. Más bien, se busca observar los grandes logros que han tenido las pocas mujeres involucradas en el Servicio Exterior Mexicano en tan sólo unas décadas, para utilizarlos como ejemplo de la gran capacidad diplomática y negociadora que tiene la mujer y que poco ha sido aprovechada.
Ser el primero en algo puede deberse a mera casualidad o coincidencia entre ciertos factores y tiempos; sin embargo, no ha sido así en el caso de las pioneras en el Servicio Exterior Mexicano.
La primera embajadora mexicana, Amalia González Caballero de Castillo Ledón, consiguió el título hasta 1953, y lo alcanzó debido a su destacada labor en la política mexicana. A lo largo de su carrera política fundó y presidió el Ateneo Mexicano de Mujeres y el Club Internacional de Mujeres. González Caballero se dedicó a la lucha constante por los derechos de la mujer y fue una de las principales promotoras de su derecho al voto en México. Finalmente, pero no menos importante, fue la primera mujer en ser miembro de un gabinete presidencial.
Rosario Green fue la primera mujer en ocupar el puesto de Canciller en México, en el periodo 1998-2000. También fue la primera en ser parte del gabinete del Secretario de Naciones Unidas, entonces Butros-Ghali, el puesto más alto que ha alcanzado un mexicano en la organización.
El hecho de ser seleccionada como canciller tampoco fue cuestión de casualidad. Green, internacionalista con dos maestrías en economía, a lo largo de su carrera en el Servicio Exterior Mexicano se dedicó a la equiparación de sueldos en la Cancillería, empujó la idea de la cooperación internacional para el desarrollo hasta crear la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional (AMEXI) y fundó la Revista Mexicana de Política Exterior, para la difusión de la riqueza documental sobre asuntos en esa materia.
Además de los puestos ya mencionados, fue la primera secretaria de la Misión Permanente de México ante Organizaciones Internacionales, con sede en Ginebra; embajadora de México en la República Democrática Alemana (la última en el país, misma que presenció la caída del muro de Berlín); secretaria para América Latina en asuntos culturales y cooperación; secretaria ejecutiva de la Comisión Nacional de Derechos Humanos; directora del Instituto Matías Romero; entre otros, para terminar con el título de embajadora emérita, máxima distinción en la “culminación de una destacada y prolongada actuación al servicio de la República en al ámbito de la política exterior” (Art.25 Ley del SEM).
Dicha distinción ha sido obtenida por dos de las tres mujeres que han ocupado el puesto de canciller de México. La segunda en alcanzarlo fue Patricia Espinosa. Esto es destacable ya que el nombramiento está limitado a cinco personas de manera simultánea, lo que significa que actualmente 40% de los embajadores eméritos son mujeres.
En una conferencia impartida en agosto de 2014, Rosario Green mencionó: “En la vida femenina, la negociación es una constante, justamente porque a diferencia del varón su lugar en la sociedad o está predeterminado o suficientemente confuso como para que surja la necesidad de buscar acomodos, de negociar (…) Este negociar permanente hace de ellas personas sumamente capaces para encontrar el acuerdo entre las partes, que es, al final de cuentas, el propósito de toda negociación. Me consta, porque las he visto en acción, que las mujeres negociadoras de esta Cancillería no son presa fácil”.
Hay pruebas tangibles: la destacada negociación de Green quedó en evidencia durante su participación de procesos de paz en El Salvador y Guatemala, dos de las historias de éxito más celebradas en Naciones Unidas.
No obstante, dicha capacidad negociadora no es aprovechada al máximo debido a los múltiples obstáculos que enfrentan las mujeres en el ascenso dentro de su carrera diplomática, como sucede, ya se ha dicho, en muchos otros rubros.
Una de las experiencias que comparte Rosario Green es cómo en organizaciones del tamaño de Naciones Unidas, existían prácticas que dificultaban dicho ascenso. En su época, para que los ascensos se dieran bastaba la opinión de los supervisores inmediatos, quienes en su mayoría eran hombres, y para tomar dichas decisiones, éstos acostumbraban hacerlo en reuniones casuales donde tomaban un trago excluyendo la presencia de mujeres para evitar malas interpretaciones.
Además de las dificultades mencionadas, se encuentran las implicaciones personales de hacer carrera en el Servicio Exterior Mexicano, mismas que culturalmente no encajan con el rol tradicional de la mujer en la sociedad y que escapan al quid de este texto.
Necesitamos más mujeres en el Servicio Exterior Mexicano. Y no las necesitamos porque su falta de inclusión represente un problema de “equidad”; así pues, no requerimos una solución. Nos encontramos ante una oportunidad que está siendo desaprovechada, probablemente por el tedio de algunos que piensan que luchamos vagamente por un derecho más para la mujer.
No es así. Simplemente porque esa lucha ya se ganó. Vimos que desde hace tiempo ella reclamó su lugar y ahora ejerce ese derecho tanto como quiera. El reto se encuentra en motivarle a hacerlo, en eliminar los prejuicios que establecen que un diplomático va de traje y corbata. Y la tarea es construir las condiciones sociales y estructurales que le permitan a la mujer desarrollarse en la diplomacia mexicana.
Observemos el extraordinario legado de las pocas mujeres que han pisado en el Servicio Exterior Mexicano, y entendamos que impulsarlas representa una oportunidad de mejora, no para privilegiar un género, sino para beneficiar a una nación.