-Entonces, ¿a quiénes llamas verdaderamente filósofos?-
-A quienes aman el espectáculo de la verdad.-
Platón, República, 475e
En más de una ocasión, los seres humanos se han asombrado por el universo que los rodea. Algunas veces la fascinación se origina por la serena contemplación de un atardecer espléndido; en otras la fuente del azoro es el misterio del amor, o inclusive, el detonante puede ser la constatación de un hecho tan cotidiano como la permanencia de la vida. Sucedió entonces que algunas personas comenzaron a preguntarse por la causa de estas manifestaciones de la naturaleza y elaboraron teorías que intentaban dar respuesta a tales inquietudes. Fue en la Grecia antigua –la Grecia de Tales, Anaxágoras, Pitágoras y muchos otros– que nació un fenómeno humano que desde esa época es conocido como filosofía.
Si acudimos a la etimología de la palabra, filosofía quiere decir amor a la sabiduría. Pero esto no nos revela aún nada significativo. Pues, como resulta evidente, todos aman alguna forma de saber. Los poetas deben amar el conocimiento de su arte; los abogados el respeto y cuidado de la ley. Por lo cual cabría hacer la siguiente pregunta: ¿qué tipo de sabiduría específica ama el filósofo? Al intentar dar respuesta a tal cuestión, resulta de provecho revisar lo que un filósofo tan importante para la tradición como Platón respondió.
Para el pensador ateniense, el filósofo puede ser definido como aquel individuo que ama el conocimiento del Bien. O, como lo expresa con suma belleza en la República, el filósofo es aquel que ama el espectáculo de la verdad. Esto quiere decir que quien es filósofo cumple con al menos dos características mínimas. En primer lugar, el filósofo es alguien que cultiva el conocimiento. Las personas que eligen ser filósofos, como Sócrates o Parménides, se esfuerzan durante toda su vida por penetrar en la naturaleza de lo que es. Su alma se consagra al estudio del ser de las cosas. La sabiduría anhelada por el filósofo no es una erudición enciclopédica –como atinadamente nos recuerda Heráclito, sino el descubrimiento y la contemplación de lo fundamental, originario. El espectáculo de la verdad es una forma poética de nombrar la profunda sed por alcanzar un conocimiento esencial e íntimo sobre los principios que articulan nuestro universo.
Consecuentemente, cuando el filósofo establece juicios, su criterio es la razón y lo común. De ahí el constante rechazo y combate por parte de Sócrates a quienes basan su razonamiento en opiniones infundadas o prejuicios. Sin importar las consecuencias, el filósofo rige su vida conforme al Bien, principio ético-ontológico. He ahí la segunda característica de la filosofía: se trata de una forma de vida regida por principios éticos. El filósofo, a pesar de que su destino pueda convertirse en una muerte trágica, se esfuerza al máximo por reivindicar la posibilidad de habitar este mundo virtuosamente, tanto en el plano individual como en el colectivo.
La filosofía, siguiendo a Platón, es una forma de vida en toda la expresión de la palabra. El filósofo es quien encarna esa serie de máximas éticas y persigue insaciablemente la intuición y el goce de lo eterno. Este ha sido uno de los regalos más hermosos y feraces que el espíritu griego legó a la humanidad. Sin embargo, hay que reconocer que esta sólo es una de las múltiples respuestas que los filósofos han dado sobre su quehacer. A lo largo de las siguientes publicaciones revisaremos otras preguntas que se ha hecho la filosofía sobre temas que nos son afines. En última instancia, se podría afirmar que la filosofía es un arte que consiste en preguntar y responder. Su objeto es cambiante y al mismo tiempo perenne. Son los temas acuciantes e inagotables para el hombre como la verdad, la belleza y la eternidad.