Ven,

Te diré en secreto

Adónde lleva esta danza.

 

Mira cómo las partículas del aire

Y los granos de arena del desierto

Giran sin norte.


Cada átomo

Feliz o miserable,

Gira enamorado

En torno del Sol

Rūmī

El giro, como movimiento corporal fundamental para la danza, ha tenido una presencia significativa en el Islam desde los tiempos de Mahoma, quien, según se cuenta, en una ocasión, al escuchar a alguien recitar un bello poema de alabanza a Dios, se levantó de su sitio contagiado de inspiración, y sencillamente empezó a girar durante un largo rato. En el siglo IX, el sufí egipcio Ḏū l-Nūn al-Misrī fue el primer místico giróvago1 que enseñó el sɑmᾱʿ, forma de oración colectiva que involucra el canto religioso, la audición de música sagrada, y una especie particular de danza que consiste “simplemente” en girar durante periodos prolongados de tiempo. Esta última debe una de sus formas más desarrolladas y conocidas en la actualidad al maestro sufí Mawlānā Ŷalāluddīn Rūmī, quien en el siglo XIII fundó en Konya (Turquía) la orden Mevlevī de los derviches2 giróvagos.

El “Sema” -la ceremonia mevleví durante la cual se practica el sɑmᾱʿ, fue inscrita en 2008 en la Lista representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO. Y por su lado, las danzas de los derviches giróvagos han cobrado un nivel de popularidad tal que, en la actualidad, suelen ser llevadas fuera del ámbito religioso por algunos grupos de distintas regiones de Turquía que las presentan como espectáculo de atracción turística.

El movimiento básico de estas danzas consiste en lo siguiente: fijando sobre el piso el pie izquierdo como eje de rotación, el derviche comienza a “dar pasos” con su pie derecho, logrando así girar sobre un mismo punto; coloca sus brazos hacia los lados, en posición casi horizontal, pero con los codos ligeramente flexionados, y la palma de la mano derecha mirando hacia arriba y la izquierda hacia abajo; mientras gira, permanece con los ojos entrecerrados o abiertos, pero sin focalizarlos en nada. A partir de este movimiento, el danzante puede empezar a introducir pequeñas variaciones, como cambiar lentamente la posición de sus brazos, inclinar la cabeza hacia alguno de sus hombros o comenzar a desplazarse, pero siempre girando.

Pese a ser una danza aparentemente no muy compleja, ésta le ofrece al público un espectáculo visualmente muy atractivo que llega a producir un efecto casi hipnótico. No obstante, la belleza del sɑmᾱʿ3 no radica solamente en su atractivo visual, sino también en su profundidad simbólica.

Los primeros símbolos que podemos encontrar en esta danza, incluso antes de que los danzantes empiecen a moverse, son los relativos a la vestimenta. Durante el Sema, los derviches utilizan un vestido blanco llamado tɑnnūre. En árabe, tɑnnūr significa “horno”. Así, la tɑnnūre simboliza la capacidad que tiene la danza para cocer, esto es, hacer madurar, los aspectos inmaduros del alma.

Otro elemento de la vestimenta de los derviches es el sombrero de fieltro, cuya forma imita la de las lápidas de los cementerios, y que simboliza la muerte del ego. El sɑmᾱʿ está íntimamente relacionado con y a menudo se inscribe dentro de un acto de adoración islámico llamado dhikr, que significa “recuerdo”.  En el sufismo, la doctrina mística del Islam, este acto se lleva a cabo repitiendo el nombre de Dios -en ocasiones, durante horas- concentrándose intensamente en él. La primera etapa del dhikr es olvidarse de sí mismo, y se pretende que en la última etapa el sufí alcance un estado de contemplación o éxtasis. Es necesario pasar por el olvido de sí, porque, de acuerdo con esta teoría mística, si se quiere contemplar a Dios, debe olvidarse el pecado, pues el mero recuerdo de éste es un velo entre Dios y el hombre. Sin embargo, para los sufíes, la existencia es en sí misma el mayor de los pecados. Por ello, para olvidar el pecado, hay que olvidarse a sí mismo, esto es, dejar morir al ego.

Este olvido es una condición necesaria para poder llegar al clímax del dhikr: el estado de trance llamado fɑnᾱ, que significa “desaparición”. A diferencia de la primera etapa del método, el fɑnᾱ no consiste únicamente en el olvido del ego, sino en una total disolución o desaparición del alma del adorador en el acto de adoración, en la que éste ya no es consciente de ningún pensamiento, acción, sensación o sentimiento, y ni siquiera llega a percatarse de que ha alcanzado tal estado; está ahora totalmente absorto en la contemplación de la esencia divina4

Por otro lado, en el sufismo existe la creencia de que el éxtasis es el medio por el cual el alma puede comunicarse directamente con Dios. Así, la posición del brazo derecho de los derviches durante el sɑmᾱʿ -el codo flexionado y la palma de la mano mirando hacia arriba- simboliza que en ese momento de comunicación se recibe el conocimiento de Dios; y a su vez, la palma de la mano izquierda volteada hacia abajo es símbolo de que el conocimiento recibido de este modo por el místico será después transmitido por él a la humanidad.

Estos son sólo algunos de los elementos simbólicos más notables que podemos señalar de esta hipnótica danza. No obstante, probablemente la pregunta más importante en torno a ella es la siguiente: ¿qué simbolizan los giros? El sɑmᾱʿ es una danza por medio de la cual los derviches representan el movimiento circular presente en todo el universo, en toda la creación de Dios: desde la dinámica de los átomos, hasta la de las galaxias. Los derviches no solamente imitan este movimiento girando sobre su propio eje; también, mientras danzan en grupo, suelen formar círculos y, así como los planetas giran alrededor del Sol, ellos giran alrededor de un solo danzante que se mantiene dando vueltas sobre sí mismo en el centro.

Ahora, luego de una brevísima incursión por el simbolismo del sɑmᾱʿ, podemos entender que, tras la oración, cuando los elegantes derviches de blanca tɑnnūre se incorporan para comenzar a ejecutar hipnóticos giros, hacen mucho más que seguir una tradición dancística: a través de su danza cósmica, ellos ingresan simbólicamente en el orden divino, anhelando que su alma logre desaparecer en el pensamiento de Dios, su Amado, para así, aunque sea por un momento, unirse a Él… girar con Él y en Él.

  1. Del latín gȳrovagus, palabra compuesta por gȳrus (“movimiento en círculo”) y vagus (“errante” o “vagabundo”), que se refiere a quien vaga en círculos. En la Edad Media se llamaba así a los monjes que andaban errantes de monasterio en monasterio. En la actualidad, el uso más común de la palabra es el que se refiere a los bailarines sufíes de los que hablaremos en este artículo: los derviches giróvagos.
  2. Del persa darvīsh, que significa “mendigo”, y que en la actualidad hace referencia a los miembros de algunas cofradías musulmanas de carácter místico, entre las cuales se encuentra la orden Mevleví.  
  3. El término sɑmᾱʿ puede referirse tanto a la danza, como al rito que además de incluir a ésta, incluye el canto y la audición de música sagrada. Espero que en cada ocasión el contexto sea suficiente para indicarle al lector si se está hablando del rito completo o únicamente de la danza.
  4. Si es cierto que el fɑnᾱ conlleva la pérdida total de las sensaciones durante el trance, quizá esto explique por qué, según el testimonio de algunos derviches, en ocasiones pueden practicar el sɑmᾱʿ sin parar durante horas y no sentir ni siquiera un poco de mareo cuando dejan de girar.

Referencias

Chevalier, Jean, El sufismo, trad. José Barrales Valladares, México, Fondo de Cultura Económica, 1987, pp. 118-121 y 132-134

Delclòs Casas, Jordi, La dimensión terapéutica de la música en el sufismo, Madrid, Mandala Ediciones, 2011, pp. 239-261

Nicholson, Reynold A., Los místicos del Islam, trad. Esteve Serra, Palma de Mallorca, España, José J. de Olañeta, Editor, 2008, pp. 45-82