La historia más reciente del pueblo mexicano es una antología de la violencia en todas sus expresiones

Fui el otro día a ver La habitación (no confundir con la galardonada película canadiense-irlandesa  de 2015, altamente recomendable), película mexicana de 2016.

El cine es un trabajo colectivo, pero en este caso esto aplica más que nunca: La habitación se conforma por ocho cortometrajes de ocho directores diferentes, cuyo eje común es precisamente la habitación del título, en la que se desarrollan todas las historias. Lo interesante radica en que cada historia transcurre en una época decisiva para México, abarcando los últimos 120 años más o menos, convirtiendo al filme en una suerte de ensayo colectivo de la historia moderna del país.

Aunque pareciera fácil armar un largometraje con pequeñas historias, la verdad es que se trata de una tarea aún más titánica que el armado de una narrativa convencional; se corre el riesgo de agotar rápidamente la paciencia del espectador y de hacer que pierda por completo el interés en la trama.

Conservar un eje rector que atraviese a la diversidad los relatos es fundamental para esta clase de proyectos. Hay algunos ejemplos que me gustaría destacar, como Chacun son cinéma, película-homenaje por el 60 aniversario del festival de cine más importante a nivel mundial, hecha por 35 cortometrajes de 3 minutos de duración de los cineastas más reconocidos a nivel mundial -y que cuenta con la participación del mexicano Alejandro González Iñárritu. En ella el eje lo encontramos en ese acto ritual -un poco olvidado ya- de ir al cine a  ver cine. Del mismo tipo hay otra película, quizá más conocida: Paris je t’aime, que consta de 18 cortometrajes (uno por cada distrito parisiense) en el que los temas en común son el amor y la ciudad, en ella participó Alfonso Cuarón.

El otro filme que quiero poner sobre la mesa es Relatos Salvajes del argentino Damián Szifrón, quien logró las mieles del éxito con esta película. Compuesta por seis cortometrajes cuyo eje rector es la violencia, ligada a la corrupción y a la intolerancia, trabajado con un esquema de humor negro.

Volvamos atrás, en La Habitación, como dije anteriormente, el eje rector es espacial: las ocho historias transcurren en el mismo lugar; pero escarbando un poco más, podemos proponer que lo que las une es en realidad la violencia. La “historia” más reciente del pueblo mexicano es una antología de la violencia en todas sus expresiones: empezando con la Revolución, y siguiendo con la masacre de Tlatelolco, el terremoto del 85 hasta llegar al narcotráfico y el desarrollo del crimen organizado actual.  

Me llamó al principio la atención cuando me di cuenta que de los ocho directores de La Habitación, solamente una fuera una directora: Natalia Beristaín; pero supongo que no debo de sorprenderme demasiado ya que en Paris Je t’aime, Isabel Coixet es la única directora que hace un trabajo en solitario, más Gurinder Chadha y Daniela Thomas que codirigen un corto cada una. No hay nada de qué hablar en Chacun son Cinema, en ella las mujeres brillan por su ausencia. Desconozco los motivos que llevaron a la producción a elegir a estos directores, y la equidad de género no es precisamente el tema de este artículo; pero como mujer, como mexicana y como cineasta, me siento casi obligada a poner los puntos sobre las íes.

Si bien el cine no puede por si solo cambiar la realidad, ojalá sirva al menos de reflexión para replantear aquellas cosas que hemos venido haciendo mal en el día a día. Y no quiero que esto se convierta en un panfleto, pero basta ya de la violencia. Con violencia no sólo me refiero a actos físicamente violentos; la violencia se manifiesta de muchas y de muy distintas formas; tantas que a veces pasa desapercibida ante nuestros ojos, es esa la que hay que atacar: la más sutil, la que se disuelve de tan transparente