El sentimiento colectivizado de superioridad no borra la realidad de necesitar al otro

El ser humano es egoísta por naturaleza y nuestro ego nunca había tenido más posibilidades de explayarse como las tiene ahora. Todo a nuestro alrededor está configurado para personalizarse, comenzando por las redes sociales, donde cada quien tiene la opción de construir su propio planeta y ser el centro de su universo digital – siempre y cuando tenga la suficiente cantidad de seguidores y likes-, hasta la industria de consumo que atrae a sus clientes con la promesa de entregar un producto único a cada consumidor.

Ahora bien, la diferenciación per se no es negativa, se vuelve peligrosa cuando el ego nos hace creer que no sólo somos diferentes, sino que somos superiores. Imaginar un mundo con todos sus individuos pensando de esta forma no es precisamente ideal. Pero este pensamiento resulta aterrador cuando el egoísmo se colectiviza y nos vemos ante la posibilidad de naciones enteras padeciendo un mismo mal: el individualismo colectivo.

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Según el antropólogo francés Louis Dumont, el individualismo colectivo sucede cuando una colectividad actúa como un individuo egoísta y supone que es superior entre la totalidad de su comunidad. ¿Ejemplos extremos y de rápida referencia? El nazismo, el franquismo y el fascismo.

Sin embargo, el individualismo colectivo no se presenta forzosamente como un nacionalismo radical, puede darse en formas más sutiles como vetos migratorios o formas físicas y económicas de aislacionismo.

En efecto, el ejemplo más inmediato de individualismo colectivo actualmente es Estados Unidos. Las decisiones presidenciales de Donald Trump están basadas en el supuesto de que su país es – o debe ser – el mejor del mundo, como lo ha sostenido desde que comenzó a figurar en el mundo de la política; su objetivo principal es “que América vuelva a ser grande” (Make America Great Again), a cualquier costo.

De igual manera, la decisión de Reino Unido de salir de la Unión Europea es una expresión del individualismo colectivo. Éste hizo pensar a los seguidores del Brexit que Gran Bretaña era superior en la colectividad a la que pertenecía – la Unión Europea –  y que por lo tanto era una buena idea prescindir de los “inferiores” y salir.

No obstante, una encuesta realizada a finales de junio por la firma Survation reveló que, si el referéndum para salir de la Unión Europea fuese aplicado hoy, los nacionales de Gran Bretaña hubiesen optado por permanecer (54% votantes que dirían “no” versus al 46% que se mantiene).

Este cambio de parecer responde a las consecuencias negativas que se presentan en Gran Bretaña, presentadas desde el momento en que se decidió el Brexit: una profunda división política, la caída en picada de la libra esterlina y la incertidumbre del futuro económico y mercantil de Gran Bretaña.

Lo anterior también ha hecho que los países europeos, tentados a apoyar gobiernos populistas, reconsideren la opción de elegir gobiernos que podrían sacarlos de la Unión Europea. Este es el caso de Francia, cuyos nacionales, a pesar del evidente apoyo al partido ultranacionalista de Marine Le Pen, optaron por seleccionar al pro-europeo Emmanuel Macron como líder del país galo. Lo mismo sucedió en Holanda con Geert Wilders y en Austria con Norbert Hofer, candidatos anti-inmigrantes y a favor de disolver la Unión Europea, que resultaron vencidos por líderes pro-europeístas.

No obstante, dichos resultados no demuestran una victoria sobre el individualismo colectivo, la xenofobia o el hartazgo a la política tradicional. Probablemente sea mayor el miedo a las posibles sanciones que impondría la Unión Europea a cualquiera que intentara seguir los pasos de Gran Bretaña. Lo que es cierto es que el sentimiento nacionalista persiste en Europa y en Estados Unidos, así como la ideología populista lo hace en Latinoamérica, con la Venezuela de Maduro y con el candidato más fuerte en México para las elecciones de 2018, Andrés Manuel López Obrador.

El individualismo colectivo que se vive en las naciones alrededor del mundo se lee como la fobia de perder empleos a consecuencia de los refugiados de guerra y los migrantes, pero también es una reacción contagiosa ante la incertidumbre del devenir político, económico y social, ahora que los sistemas políticos parecieran expirar en la arena internacional.

Es innegable la necesidad de cambiar los paradigmas vencidos, y con esto no se pretende demonizar ideologías, sino comprender que, ante un escenario global de estrecha interdependencia, la opción de crecer a costa del otro no hace más que debilitar a las naciones que lo intenten. El sentimiento colectivizado de superioridad no borra la realidad de necesitar al otro.

Las naciones que comienzan a padecer este mal, deben entender y aceptar la ventaja de nuestras diferencias en la riqueza de nuestra interdependencia. A fin de cuentas, la diferencia sólo se percibe mirando al otro y, ésta sólo se aprovecha al complementarnos en nuestra individualidad.

Foto 1: Marcha pro Unión Europea de Hyden Park a Westminster en Londres. Por Ilovetheeu [CC BY-SA 4.0 (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0)], from Wikimedia Commons

Foto 2: Marcha pro Unión Europea de Hyden Park a Westminster en Londres. Por Ilovetheeu [CC BY-SA 4.0 (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0)], from Wikimedia Commons