Cada año hay más de 80 millones de personas nuevas en el mundo, o lo que es igual, cada segundo se suman 2 personas a la demanda mundial de agua.  A un ritmo más acelerado, aumenta la escasez de ésta, su contaminación, desperdicio y sobreexplotación.

Por poner un ejemplo de sobreexplotación, la agricultura animal utiliza el 70% del agua dulce a nivel mundial (sí, 70%, el porcentaje restante se divide 20% en la industria y tan solo 10% para fines domésticos). Se necesitan 9,450 litros de agua para producir 450 gramos de carne, 1,800 litros para 450 gramos de huevos y 3,400 litros para 450 gramos de queso.  En otras palabras, consumir una hamburguesa equivale a 2 meses seguidos de tomar duchas (2,500 litros de agua).

De igual forma, las técnicas de extracción de petróleo y gas natural, como la fracturación hidráulica, requieren de 300 a 600 billones de litros de agua al año. Y la lista continúa.

Ante una demanda de tal magnitud y una oferta cada vez menor, se ha comenzado a discutir si este problema ha generado mayor cooperación o conflicto a nivel mundial. No obstante, la solución no radica necesariamente en ese debate.

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El agua no sólo es un elemento indispensable para la vida humana, sino que, en las Relaciones Internacionales, este recurso se traduce en poder. Desde la formación de los Estados-Nación, el acceso al mar o aguas dulces ha sido una de las prioridades geopolíticas más codiciadas por los líderes alrededor del mundo.

Dado lo anterior se podría deducir que ha habido múltiples conflictos a lo largo de la historia, sin embargo, no ha sido exactamente así. Según las Naciones Unidas, en los últimos 60 años únicamente ha habido 37 conflictos violentos entre partes en torno al agua, y todos los demás han sido tratados de manera pacífica.

Entre los conflictos más sonados se rescatan dos que se remontan a tiempos anteriores a esos 60 años mencionados por Naciones Unidas. El primero comenzó con la Guerra del Pacífico en 1879, con la disputa fronteriza entre Chile, Bolivia y Perú. Ésta concluyó con la victoria de Chile sobre Bolivia, dejándola sin salida al mar, asunto que se sigue tratando – en calidad de demanda –  en la Corte Internacional de justicia en La Haya.

El segundo gira en torno al río Jordán. En 1964 Israel terminó con la construcción de un “Acueducto Nacional” para uso interno de las aguas del río, no obstante, esto implicaba desviar agua en perjuicio de los países vecinos, de tal manera que Jordania, Siria, Líbano y Cisjordania respondieron con la planeación de un proyecto que desviara el recurso para imposibilitar el funcionamiento de dicho acueducto. Este proyecto nunca se materializó y el periodo de conflictos culminó con la victoria definitiva de Israel en la Guerra de los Seis Días, no así el interés por la gestión de las aguas del río Jordán.

Ahora bien, si se observan los esfuerzos en cooperación por este recurso, según la FAO, desde el año 805 d.C. han sido firmados más de 3,600 tratados, y, de acuerdo con la ONU, en los últimos 60 años se han alcanzado más de 300 acuerdos internacionales y 150 tratados, entre los que se destaca el Tratado de la Cuenca del río Indo entre India y Pakistán, el cual se ha respetado incluso en periodos de conflicto armado.

Si los números hablan de forma tan positiva de la cooperación internacional en torno al agua y si los conflictos violentos han sido relativamente pocos a pesar del evidente interés en este recurso, entonces ¿cuál es el problema?

El problema es la indiferencia y la tibieza con la que se ha manejado el tema. De las 263 cuencas hidrográficas que hay en el mundo 158 no tienen ningún marco de cooperación para su uso y cuidado.  Asimismo, el marco legal internacional en torno al agua es prácticamente inexistente e, inevitablemente, está ligado a la voluntad de cumplimiento de los países miembros, quienes, como Estados Unidos en el Acuerdo de París, pueden salirse cuando así lo decidan.

Se estima que para 2030 casi la mitad de la población mundial estará viviendo en áreas de alto estrés hídrico (cuando la demanda de agua es mayor que la cantidad disponible durante un largo periodo). Pero las cifras no asustan a nadie. Fuera del discurso, el agua no es prioridad en la agenda internacional. Y la evidencia es la indiferencia ante la necesidad de aquellas 1.6 mil millones de personas que ya viven en condiciones de escasez absoluta de agua y la incredulidad sobre un futuro próximo donde esta realidad alcance al resto del mundo.

El agua tampoco es prioridad para los consumidores, quienes, con algo tan simple como la elección de su dieta, contribuyen al crecimiento de la industria que se lleva la mayor fracción de agua dulce en el planeta.

Hay opiniones divididas sobre si es o no reversible el daño a este recurso y su renovación. Lo que es innegable es la urgencia de acción real. Presumir tratados internacionales como logros en torno a un tema tan delicado es tratar de tapar el sol con un dedo. Jactarse de que al día de hoy ha habido pocos conflictos en torno al agua es negar la posibilidad, cada vez más cercana, de vernos en un escenario mundial donde multipliquemos los conflictos, tanto en número como en intensidad.

Ni cooperación ni conflicto. La respuesta está en dejar de utilizar el agua por defecto y comenzar la gestión responsable y astuta de las fuentes de origen de este recurso, de tal forma que permita, en un escenario ideal, el abastecimiento de agua potable alrededor del mundo, y, sobre todo, la creación de condiciones óptimas para su renovación natural.

Fotografía 1: Residentes de Sarajevo formados en línea para conseguir agua, por Русский: Фото: Михаил Евстафьев English: Photo: Mikhail Evstafiev (Mikhail Evstafiev) [GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html), CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/) or CC BY-SA 2.5 (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.5)], via Wikimedia Commons

Fotografía 2: El ejército israelí en el Sinaí durante la Guerra de los Seis Días, Por רפי רוגל (Transfered by מתניה/Original uploaded by ROSENMAN424)