En esta sección especial seguiremos la línea temática del mes y nos dedicaremos a revisar algunas nociones de trabajo un poco distintas de aquellas a las que estamos acostumbrados. La idea es explorar otras formas en las que se concebía y organizaba el trabajo, antes del desarrollo de o del contacto con formas de vida ligadas a ideas propiamente modernas como: el individualismo, la secularización y el consumismo. En esta ocasión, dejaremos de lado la dinámica de la jerarquización, en favor de una simple, pero no por ello menos interesante, dinámica de enlistamiento. Vayamos a ello.

1. La noción griega arcaica

Beocia en el siglo VIII a. C., época del nacimiento de la polis, del desarrollo de las principales formas de organización griegas y de una gran revolución cultural que cristalizará en el periodo clásico. Es aquí que encontramos al agricultor, pastor y poeta Hesíodo, quien nos habla de una de las formas en las que el trabajo era concebido entre la sociedad de su tiempo.

En sus obras los Trabajos y días y la Teogonía, Hesíodo menciona que el hombre se encuentra viviendo una edad de hierro en la que es necesario trabajar arduamente para subsistir, a diferencia de los antiguos hombres que vivían en la edad dorada y recibían todo cuanto necesitaban de la naturaleza sin necesidad de pagar con su trabajo. Una bella época que desafortunadamente llegó a su fin. Ahora el hombre debe trabajar duro para conseguir no sólo su subsistencia, sino para contribuir también a la de su grupo familiar (oikos). Sólo a través de un trabajo dedicado, bien planeado y constante, es que se puede evitar la deuda, la necesidad y el hambre, además de conseguir el favor de los dioses. A ellos hay que honrarlos en toda actividad, especialmente al labrar la tierra, puesto que, a Zeus en específico, hay que retribuirles el robo que Prometeo hizo del fuego, para luego otorgárselo a los hombres.

2. La noción del primer cristianismo​

Jerusalén tras el ascenso del maestro a los cielos (30 d. C.), época en la que los apóstoles y sus seguidores deben cumplir la misión de expandir la palabra por el resto del mundo. Para ello, deben antes consolidarse como una verdadera religión frente a la amplia gama de vertientes judías, sin mencionar la religión romana, que los consideran una secta exótica del judaísmo. Los Hechos de los apóstoles nos dejan ver la concepción que los primeros cristianos tenían en torno al trabajo.

La primera comunidad cristiana otorgaba un gran valor a la vida en colectivo, estando dispuestos a vender todos sus bienes y todas sus propiedades y a entregar el dinero a los apóstoles para que el total fuera repartido “entre todos según las necesidades de cada quién” (Hechos, 4, 45). Cualquier bien obtenido por el trabajo individual pasaba a ser propiedad de la comunidad. Quien fuera incapaz de cumplir esta norma social era considerado indigno de vivir dentro del grupo. De esta manera, las grandes guías del trabajo debían ser la pobreza, puesto que el amor al dinero era considerado como el origen de todo mal; el amor al prójimo y el bien común (material pero sobre todo espiritual). Era esto lo que el maestro había predicado durante su paso por el mundo.

3. La noción andina

A través de los cientos de años de conformación de la cultura andina (2000 a. C. – 1532 d. C.) surgió una forma de organización social, económica y religiosa que se convirtió en la base de la estructura cultural de varias civilizaciones andinas: el ayllu.

La organización del ayllu era inseparable del culto a los antepasados comunes y del culto a los huascas (todo lo sagrado). Cada uno estaba compuesto por agricultores de nichos ecológicos diferentes (costa, sierra, yunga) ligados por lazos cooperativos, justificados en el parentesco, esto permitía que obtuvieran la variedad de productos necesaria para ser unidades autosuficientes. El trabajo se hacía de manera colectiva, sus frutos eran compartidos para complementar las necesidades de los otros miembros del ayllu y satisfacer las propias. Existían además mecanismos de apoyo a familias que emprendían proyectos privados (ayni), y de construcción en conjunto de obras útiles al ayllu (minka). El trabajo se basaba en la generosidad y en las dinámicas de reciprocidad y de redistribución. El avance de los incas sobre el resto de las civilizaciones andinas modificó el esquema de distribución simétrica del ayllu, convirtiéndola en asimétrica, de modo que beneficiara principalmente al Inca y a su pueblo. La noción del trabajo como algo colectivo y compartido, pese a las conquistas, no fue borrada de la mentalidad de los pueblos andinos.

4. La noción mexica

Mexico-Tenochtitlan en pleno esplendor (1500 d. C.), la ciudad de los mexicas tenochcas es el centro del universo y, como tal, recibe las riquezas provenientes de las cuatro direcciones del cosmos. Pese a ello, no deja de ser una urbe autosuficiente, debido en parte, a la noción de trabajo que impera entre sus habitantes.

El calpulli funge como la unidad básica en política, sociedad, religión y economía. De él forman parte una gran variedad de especialistas y trabajadores. Veinte son los calpullis que conforman a la población de Mexico-Tenochtitlan, que se dividen entre los de los pipiltin y los de los macehualtin. Mientras los pipiltin se dedican a dirigir el gobierno, la guerra y los ritos públicos, a los macehualtin el trabajo los define. El trabajo que más utiliza y mejor valora el macehual es el trabajo colectivo. Los frutos del trabajo de los macehualtin son para las familias que integran el calpulli, para cubrir los gastos comunes (fiestas religiosas, mantenimiento de templos) y para tributarlos a los pipiltin. Es a Quetzalcóatl a quien se le debe la gloria mexica, puesto que él fue quien, convertido en hormiga negra, trajo el maíz desde más allá de las montañas para que los mexicas, al trabajarlo, dejaran de subsistir a base de raíces y animales, y se convirtieran en un pueblo fuerte.

5. La noción yoruba

Nigeria suroccidental en la actualidad, las villas yorubas conservan su cultura pese a los constantes choques con la modernidad. Los Omoluabi y el Corpus Ifu, nos hablan de la noción que estos grupos han desarrollado a través de los siglos en torno al trabajo.

Para los yoruba, existe una moral del trabajo tanto ideal como pragmática que deriva de su tradición religiosa basada en el culto a los espíritus de los antepasados, mismos que en vida fueron trabajadores esforzados. El trabajo es duro, pero nadie lo hace solo por lo que siempre hay que compartir y disfrutar sus resultados con los demás miembros de la villa. Al laborar, uno debe ser honesto, responsable, seguro de sí, diligente, y dar gran valor a la fidelidad y a la lealtad (romper un acuerdo es mal visto). Hay que emplear las habilidades propias de manera que sean de provecho en alguna actividad específica, además de buscar el desarrollo de otras nuevas. Es importante demostrar sabiduría al emitir juicios y tener autocontrol en todo momento: mostrar dignidad en la adversidad y sensatez en el éxito; no hay individuos superiores o inferiores. La devoción al “deber” es vital, parte de él consiste en ayudar a los necesitados, en poner por encima del bien individual el bien común. Es tal como reza el poema, tanto para el caso propio como para el del grupo: “Ise Logun ise” (el trabajo es el antídoto de la pobreza).

Referencias

Abayomi, Onifade, “Omoluabi: perspectives to value and carachter in traditional yoruba societies” (artículo web).

Battcock, Clementina, Etnohistoria andina (materia de la licenciatra en Etnohistoria), ENAH, agosto a noviembre de 2014.

Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva España, 2ª ed, México, UNAM-IIH, 1971.

Hesíodo, Trabajos y días, trad. A. Pérez Jiménez y A. Martínez Díaz, Madrid, Editorial Gredos, 1982.

La Biblia, Madrid, Sociedad Bíblica Católica e Internacional, 2005.