Y Zeus llamó a ésta mujer Pandora, porque todos los dioses de las moradas olímpicas le dieron algún don, que se convirtiera en daño de los hombres que se alimentan de pan

Hesíodo, Los trabajos y los días

Si prestamos atención a uno de los mitos más famosos que nos relata Hesíodo, se hará patente la incomprensión que gran parte de la sociedad griega tenía frente a la mujer. Según canta el poeta, en una época dorada sólo existían seres masculinos. Éstos vivían sin preocupación alguna y gozaban de tanta felicidad que cometieron una injuria desafortunada: se olvidaron de celebrar a sus creadores divinos. Por ello, Zeus ordenó a Hefesto la creación de un ser que fuera un mal, pero disfrazado bajo la apariencia de una belleza deslumbrante. Así nació Pandora, la primera mujer que trajo consigo males disfrazados de placer para los hombres.

Como resulta evidente, en el relato se mencionan dos características que marcaron la concepción griega de la mujer. Para empezar, el griego hallaba en la mujer el origen de los males para los hombres y un castigo divino que había que sobrellevar. En segundo lugar, es manifiesto que este mal se maquillaba o encubría por medio de la belleza femenina. El encanto seductor de la mujer era la perdición para los hombres. De ahí que, en muchas sociedades griegas, la mujer ocupara un lugar menor y fuera relegada del ámbito público para ser segregada al ámbito cerrado de la casa.

Hoy en día el mito de Pandora ya no es válido para justificar que las mujeres permanezcan en el hogar. Sin embargo, resulta sorpresivo el gran número de discursos actuales que dan una imagen similar de la mujer. No es sorpresivo escuchar en nuestro entorno expresiones como “una mujer debe ser el ángel del hogar” o personas que dudan de la capacidad de una mujer -por el hecho de ser mujer- para ocupar puestos directivos. De forma análoga, también existen prejuicios que conducen a algunos hombres a adoptar actitudes violentas en defensa de su virilidad. Frente a esta realidad en la que mujeres y hombres tienen un rol asignado de antemano y sin fundamento racional, cabe lanzar la siguiente pregunta ¿Qué nos puede decir la filosofía?

La filosofía, ya desde los tiempos de Platón, llama a reconocer la igualdad ontológica que existe entre hombre y mujer. Esto quiere decir que ambos se encuentran en una misma región del ser: ambos son humanos. Un hombre no es más ni menos humano que una mujer. El ser humano padece dolores y goza por igual; es un ente finito que nace y muere; un animal con capacidades para moverse, actuar éticamente, generar pensamiento, dialogar, entre otras capacidades únicas. Por ello, no es admisible afirmar que una mujer carece de facultades para dirigir una empresa o que un hombre no puede ser enfermero. Admitir la igualdad ontológica implica señalar que no hay una jerarquía ni una diferencia absoluta entre hombre y mujer. Asimismo, esta igualdad conlleva a rechazar que los criterios para asignar un papel en la sociedad sean determinados por el sexo o el género de las personas.

La construcción de sociedades justas en las que todos se vean beneficiados por igual ha sido una tarea propia de la filosofía. Desde la República hasta el anarquismo, los filósofos han pensado leyes, sistemas, y propuestas que propicien la generación de una vida armónica. Estas grandes catedrales del pensamiento son una muestra de que la filosofía continúa en búsqueda de formas racionales, razonables, y sensatas para existir felizmente, en el plano individual y colectivo. Es una cuestión fundamental, entonces, regir nuestra vida conforme a convicciones éticas, así como cuestionar aquellas prácticas y discursos que empequeñecen las capacidades que todos los seres humanos pueden llegar a desarrollar y ver florecer. No se puede tolerar la persistencia de la violencia, la desigualdad y la discriminación. Ha llegado el momento de comprender que sólo marchando al unísono la humanidad conseguirá hacer de este mundo un verdadero paraíso.