Cuando un cuerpo baila, las mentes de quienes lo ven, no están preocupadas por tratar de descifrar lo que éste está expresando ni por tratar de traducirlo a su propio idioma

Un cuerpo que baila expresa algo en un lenguaje que nadie, ni siquiera él mismo, puede traducir, pero que todo el mundo puede entender. Si alguien nos cuenta, en un idioma que desconocemos, que siente un doloroso vacío en el pecho porque perdió al amor de su vida, probablemente nuestra única respuesta sería un desesperado movimiento de cabeza en señal de que es inútil que siga hablando porque no comprendemos lo que dice. Si esa persona decide apoyar su relato con mímica y expresiones faciales, entonces sabremos que algo anda mal con su pecho, y bien podríamos entenderlo y compadecer su corazón roto, o creer que está pidiéndonos ayuda porque tiene un agudo malestar físico, y correr a buscarle un doctor.

Ahora bien, si en lugar de lo anterior, ese desconocido enamorado intentara comunicarnos lo que siente con música, tocando y cantando una canción triste, entonces no intentaríamos llamar doctores, porque estaríamos seguros de que su problema es emocional. Pero como seguiríamos sin entender el idioma en el que canta, correríamos el riesgo de interpretar su canción de forma totalmente errónea, igual que cuando éramos niños y escuchábamos canciones en inglés imaginando que hablaban de algo que ahora sabemos que de hecho no tiene nada que ver con el tema de la canción.  

Pero, si se fusionaran la explicación musical y la mímica, habría una gran probabilidad de que entendiéramos exactamente que esa pobre persona siente un vacío en el pecho porque perdió a su amor. Su música nos diría que nos está hablando de algo triste y doloroso, su rostro nos transmitiría su angustia, y sus manos nos hablarían del vació en su pecho. Entonces, si somos empáticos, lamentaríamos mucho lo que le pasa; pero, como no podría entender nuestras palabras si intentásemos consolarlo, quizás sólo le daríamos un abrazo reconfortante, y después nos iríamos de ahí, preocupados por él y esperando que su tristeza desaparezca pronto. Probablemente pensaríamos que fue muy ingenioso al expresarse de esa manera para que pudiéramos entenderlo.

Su forma de comunicarse habría estado sólo a unos pasos de la danza. Si los ademanes mímicos se acoplaran al ritmo de la música, y quizás si el enamorado liberara sus manos y el resto de su cuerpo para hacer movimientos más amplios y menos rígidos, entonces no llamaríamos “fusión de música y mímica” a lo que hace, simplemente diríamos que está bailando.

No sólo el nombre del acto, sino toda la experiencia descrita cambiaría radicalmente si el enamorado en cuestión fuera un bailarín. Cuando un cuerpo baila, las mentes de quienes lo ven, no están preocupadas por tratar de descifrar lo que éste está expresando ni por tratar de traducirlo a su propio idioma. Los espectadores pueden ver justo frente a ellos el dolor y la angustia del bailarín, los cuales ya no se sienten como parte de un suceso ajeno y lejano, sino que conmueven su alma cual tragedia que acontece frente a sus ojos, en ese lugar y en ese momento.

El bailarín muestra sus sentimientos de una manera contagiosa. Y la experiencia de empaparnos en sus emociones, puede conmovernos a tal punto que, un abrazo reconfortante al final del baile no nos parecería suficiente para expresarle cuánto nos pesa su dolor. Lo cual es problemático para nosotros, pero no para el bailarín.

Olvidándonos un poco de la extraña situación hipotética del hombre con el vacío en el pecho, tenemos que en la realidad los bailarines no se expresan para obtener una respuesta de sus espectadores; no esperan que les demos un consejo, o que llamemos al doctor del amor para que los ayude, ni que les demos un abrazo reconfortante y sequemos sus lágrimas con nuestros pañuelos. Esperan, si acaso, un convencional aplauso al final de su presentación, y eso es todo. Probablemente, ni siquiera sientan realmente un vacío en el pecho. Los bailarines son intérpretes; pueden estar en el momento más feliz de sus vidas, y hacernos pasar por nuestra peor tristeza con su interpretación de un personaje. O bien pueden estar abatidos por la angustia de un problema personal, y contagiarnos de alegría con su participación en una divertida coreografía. Y cuando salen del escenario, salen también del personaje, y se van a vivir sus vidas cotidianas, dejando atrás a los conflictuados espectadores.

El problema es, entonces, para los que vemos danza, así como lo es en general para quien se enfrenta al arte: una obra nos atraviesa, nos conmueve, causa algo dentro de nosotros, que puede ser tristeza, euforia, enojo, preocupación, hastío, tranquilidad. Algo nos es transmitido desde un escenario, un cuadro, o una pantalla; pero no hay manera de responderle. No podemos buscar al artista para abrazarlo, patearlo, darle la mano, o hacer cualquier gesto que nos libre de la emoción que originalmente era suya. Tenemos que lidiar solos con ese sentimiento que nos fue transmitido y que ahora es parte de nosotros.

Algunas veces la sensación que nos queda tras ver una obra dura apenas unos minutos, sólo el tiempo que nos toma salir del teatro, la galería o el cine, y ocupar nuestra mente en otra cosa. Otras en cambio, nos marcan para toda la vida y no volvemos a ser los mismos después de verlas. Esas son las obras que más valen la pena, las que nos transmiten algo tan fuerte que una vez que llega, ya no se va de nosotros y nos obliga, si no a cambiar nuestra forma de ser, al menos sí a modificar nuestra manera de ver el mundo.

Pero, independientemente de la duración de su impacto en nosotros, o de la medida del cambio que genera en nuestras vidas, cada obra de arte nos regala por lo menos el placer de conocer nuevas emociones, que quizás nunca experimentaríamos si no fuera por medio de ellas.

A lo largo de la historia, en todo el mundo, ha existido una enorme variedad de danzas, muchas de las cuales transmiten emociones exquisitas que pueden ser todo un deleite para quien tenga curiosidad de conocerlas. Mi propósito en esta sección es rescatar algunas de ellas y presentárselas a los lectores, esperando que cada artículo -que con simples descripciones no estaría ni cerca de reflejar lo maravilloso de ellas- los lleve a buscar la manera de ver algún ejemplo de la danza en cuestión, ya sea mediante videos o espectáculos en vivo.

Si bien, creo que cualquier persona puede entender el lenguaje de la danza, también considero que conocer el contexto de una obra de arte siempre puede ayudarnos a tener una mejor apreciación de ésta. Por ello, cada artículo de esta sección ofrecerá al lector datos acerca del contexto en el que se originó, se desarrolló, y en el cual se realizaba o se realiza aún el tipo de danza del que habla, así como datos sobre los elementos teóricos, simbólicos y técnicos presentes en ella. 

Invito a seguir esta sección no sólo a los amantes de la danza, sino a cualquier lector que, incluso de manera escéptica, se pregunte qué clase de cosas es capaz de transmitir la danza, qué tan eficaz puede ser ésta, y por qué tantas personas, de todas las épocas y de todas partes del mundo, han elegido expresarse a través de ella. Bienvenidos.